2 de diciembre de 2014

HUMANA CON CUERPO DE CERDO (Parte II). Cosas horribles del embarazo que nadie te dice.

continuación...

Pero después de destruirnos el cuerpo comiendo como si fuera el fin del mundo, el sobrepeso empieza a pasar factura a tu cuerpo. El dolor de espalda se hace insoportable a partir de los primeros 10 kilos de aumento de peso y tu cuerpo lo sufre con cada paso que das. Las noches de sueño son las únicas que logran aliviar los dolores pero como es de esperarse, la tortura comienza a primera hora en la mañana del día siguiente.

Ni bien abres el ojo en la mañana siguiente, tu cuerpo te recuerda que estás súper embarazada. De pronto has perdido la fuerza y la habilidad para levantarte de la cama por ti misma y necesitas a alguien que te tienda una mano. Si no tuvieras a un buen samaritano cerca para que te ayude a levantarte de la cama, entonces empezarás a hacer unas acrobacias dignas del Cirque Du Soleil o como si tuvieras el guión perfecto para una película de comedia. 
Finalmente te levantas de la cama y de pronto te tropiezas con cualquier insignificancia que haya en el piso y te rozas con todas las esquinas que ni sabías que existían en tu casa. Así es mi querida lectora, llega entonces el momento en el que tu tremenda humanidad te tapará todo lo que exista en el universo más abajo de tus senos. El gigantesco perímetro que rodea tu circunferencia de embarazada no te dejará ver nada, ni un pedazo de caca que estés a punto de pisar en la calle, ni la súper mancha de salsa que se alojó en tu blusa, ni podrás ver tus piernas, ni tus pies, ni nada!
Entonces comprenderán con una sonrisa en el rostro todas las que ya pasaron por este drama, que llegado el momento de la ducha diaria solamente nos queda rezarle a Diosito para que no se nos caiga el jabón al piso porque sino ya nos jodimos! Pasarnos la esponja por los pies y depilarnos las piernas es sin duda un drama adicional que no quiero ni recordar. Y luego de secarnos el cuerpo en el baño nos damos cuenta que la que se ve en el espejo no somos nosotras, que hay una intrusa en el reflejo que parece una marrana con dos patas, con rollos por los costados, celulitis por doquier y los brazos como aletas. 

Y entonces llega el momento de la verdad: la hora de arreglarse. Este es el momento en el que ves tus defectos con todo su esplendor y aprendes a disimularlos con una precisión excelente. Cuando te maquillas te ves la cara hinchada (como una papa) y con una papada de un kilo. Lo arreglas astutamente con un buen truco de maquillaje y con algunas joyas para desviar la vista. Luego te das cuenta que tus tan hermosos anillos, y sobretodo el bello anillo de compromiso que tu novio te dio, ya no te entra. Tus manos hinchadas ya no soportan tus joyas favoritas, así que te rindes y no te pones nada.
Luego llega el dramático momento de vestirse. Tienes un closet lleno de ropa preciosa a tu disposición pero sólo puedes usar el 5% de prendas que le entran a tu humanidad. Te vas al rincón de tu closet a la sección de ropa de maternidad (que te viste obligada a habilitar con la ropa te compró tu mamá sin tu consentimiento)  y terminas poniéndote alguna prenda horrorosa de embarazada.
Y es que la ropa de maternidad es horrible, disculpen mi honestidad pero no tienen nada de glamour.



Esa ropa horrible e infantilizadora que nos obliga a vestirnos con colores rosa pastel, moñitos por todos lados y esa horrible cinta tipo corte princesa que te amarras en la espalda. No jodan pues! Ya somos mujeres y con el embarazo aún más! ¿por qué se esmeran en vestirnos como niñitas? Yo personalmente me rehusé a usar esa ropa horrorosa y le di de alma a mi ropa regular hasta que ya no pudo más. Luego que ya no existía prenda en mi closet que me quedara,  empecé a usar algunas prendas talla L y como último recurso alguna que otra de maternidad. La verdad es que en las últimas semanas de embarazo preferí andar en bata por mi casa y salir como pordiosera a la calle antes que ponerme esa ropa que me hiciera ver como la Popis del Chavo de Ocho. Disculpen la honestidad pero es la pura verdad.
Pero aunque me negara a usar esa ropa horrorosa de embarazada, de todas formas me vi obligada a usar esos calzones y sostenes horrorosos que vienen solamente en tres malditos colores: negro, blanco y beige. Esos calzones eran súper cómodos, tengo que admitirlo, pero bajaban mi autoestima y mi amor propio hasta por los suelos. Eran tan parecidos a los calzones de mi abuela que lo único que les faltaba era tener un bolsillo delantero para guardar mi sencillo para el taxi. Lo peor de todo es que tuve que comprarme varios de repuesto porque cada vez que estornudaba desataba la furia de mi incontinencia urinaria y debía de cambiarme constantemente. Lo mismo sucedía con los sostenes. Llegué a subir tanto de talla (40B en Perú) que me vi limitada a usar los pocos que habían disponibles en la tienda y que casualmente eran de los mismos malditos colores que mencioné anteriormente. 

Pero chicas, para rematar el asunto y llenarnos de drama hasta los huesos permítanme terminar este artículo con la elección de los zapatos. Aunque pocos lo digan, la hinchazón de pies hará que subas una o dos tallas de zapato y terminarás viendo el 95% de tus zapatos con una mezcla de nostalgia y rabia. Lee bien: casi todos tus  zapatos te quedarán apretados y te verás limitada a usar aquellos que sean sueltos y cómodos; y si soportas el frío, usarás sandalias; o sino te verás en la obligación de comprarte unos nuevos más grandes. Así de simple.

En conclusión entonces, nos volvemos en humanas con cuerpo de marranas y con patas de elefante.
Así de clara la advertencia. Así de claro el asunto.

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