Después de haber pasado un largo mes de haber visto, sentido, olido, pensado y cuidado a nuestra bebé mañana, tarde y noche; llegó el momento en que tuve que regresar a trabajar. Y sí, lo confieso abiertamente: yo decidí regresar a trabajar sin tener la necesidad de hacerlo. No necesitaba el dinero, es cierto, pero sí necesitaba mi independencia y necesitaba sentirme útil. Y no es que mi humanidad no haya sido de utilidad para mi bebé recién nacida, porque sí lo era! era yo su único sustento!, pero pienso que la cosa con un recién nacido es diferente. El recién nacido no te sonríe, no te dice gracias y no te obedece; más bien hace todo lo contrario, no te escucha, no te entiende y no te deja dormir. Así que sobrevivir con un recién nacido es para mí, una tarea en la que sólo das y no recibes mucha recompensa a cambio (sólo la recompensa de saber que lo estás manteniendo vivo). En cambio en mi trabajo sí me sentía recompensada, me sentía liberada, me sentía útil y completa.
Yo, una mujer que a sus cortos 28 años ha vivido en otros países, ha viajado mucho y jamás se ha tomado vacaciones por más de dos semanas, me sentía asfixiada con la maternidad y sentía que necesitaba mi vida de vuelta.
Yo, una mujer que a sus cortos 28 años ha vivido en otros países, ha viajado mucho y jamás se ha tomado vacaciones por más de dos semanas, me sentía asfixiada con la maternidad y sentía que necesitaba mi vida de vuelta.