21 de junio de 2015

NUESTRO PRIMER DIA DEL PADRE

Hay algo que yo siempre digo: "si yo hubiera nacido en otras épocas, me hubiera quedado soltera o hubiera muerto quemada en la hoguera por pagana". Y es que con las ideas que tengo sobre equidad de género me hubieran quemado viva o nadie hubiese querido casarse conmigo por exigir igualdad de roles.
Felizmente ese no es el caso y nací en estas épocas donde las mujeres estamos en una mejor posición. Pero sobretodo, agradezco haber nacido en estos tiempos donde los hombres parecen estar empezando a luchar para que se les reconozca como personas sensibles y preocupadas. Es como un intento de esta generación de asociar el personaje de la masculinidad a la ternura y a las emociones.


Mi novio, mi querido novio, que es visto por la sociedad como un ser inexpresivo, retraído y serio; se ha convertido con la paternidad en un ser digno de llamarse papá.
Y es que en los siete meses de nacida que tiene nuestra hija no se ha perdido ninguna visita con el pediatra, ninguna vacuna, ninguna mala noche post-vacuna y ningún baño. Ha cambiado tantos pañales como yo, ha lavado tanta ropa y biberones como yo, ha limpiado tantos vómitos como yo y se ha despertado tantas veces en la noche como yo. Sí, es cierto lo  último que digo. Nos tomamos turnos en la noche para atender a nuestra hija, el primer turno de 4 horas lo tomo yo, y el segundo turno de 4 horas lo toma él. De manera que ambos podemos descansar dignamente (y de corrido) aunque sea 4 horas diarias. Y sí, ambos trabajamos, él en una oficina, yo 2 días a la semana dedicándome a mi profesión y el resto de la semana cuidando a nuestra hija en casa (que también es un trabajo).

En los ocho años que estamos juntos jamás he sentido tanto amor por él como cuando le cambia el pañal a nuestra hija. Seguro que suena ridículo para los que lo leen, pero para mí es una resignificación diaria del concepto que tengo de él como pareja y como padre. Con la minuciosidad que la limpia, con la ternura que le sopla para que no se escalde y con la delicadeza que le aplica las cremas; despierta en mí un tipo de amor que yo jamás había experimentado hacia él. Un amor profundo que me emociona al escribirlo en estos momentos. Verlos juntos es precioso y pocas cosas se comparan en ver a mi hija cómo se emociona al verlo llegar y cómo lo reconoce como fuente de alivio y seguridad. 

Es por esto que yo intento capturar a diario todos estos momentos importantes, para que mi hija sepa  en un futuro que tiene un padre comprometido, sensible y que la ama. Pero sobretodo para que mi hija sea capaz de borrar una huella emocional que las mujeres de mi familia no han podido sanar. Y se trata de volver a confiar en lo hombres, de quitarnos esa prepotencia femenina transgeneracional de querer hacerlo todo, de poderlo todo y de acapararlo todo. Quiero que con este padre que yo le entrego, vuelvan los hombres a ser figuras de competencia, confianza, seguridad y compañerismo para ella.

Con él a mi lado, la maternidad no se siente tan pesada ni tan agotadora. Mas bien se siente placentera y compartida. Mis miedos se desvanecen con él a mi lado y sale desde lo más profundo de mi ser las ganas de hacer las cosas bien, por el bien de mi hija (claro) pero también por el bien de él como padre. Y es que tengo claro que en esto estamos los dos, y en medida que ambos nos ayudemos a ser mejores, seremos también mejores padres para nuestra pequeña y mejores esposos para nosotros mismos. 

Esta publicación se la dedico a él y a todos los padres del mundo que saben lo que es dormirse parados de agotamiento, jalarse los pelos de desesperación, limpiarse las lágrimas de temor, temblar de preocupación y emocionarse de amor.  Para esos papás que saben lo que significa ensuciarse las manos por un hijo. 

¡ Feliz día del padre para todos! Se lo merecen.




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