21 de septiembre de 2014

LOS VÓMITOS DEL EXORCISTA (Parte I). Cosas horribles del embarazo que nadie te dice.


Escribir sobre este apartado me supone los peores recuerdos sobre mi embarazo y espero que aquellas que estén pasando por algo parecido se sientan comprendidas e identificadas con mi caso.

Sólo para darles un adelanto sobre mi caso en particular, mis náuseas y vómitos empezaron a las 6 semanas de embarazo y duraron hasta la semana 25 aproximadamente. Eso quiere decir que estuve más de 4 meses de mi vida vomitando hasta las tripas, sin poder tolerar el 99.9% de comidas del mercado y limpiándome la sangre que me salía de la garganta. Al principio era algo ocasional, y cuando escribo ocasional me refiero a que vomitaba solamente 3 ó 4 veces al día. Pero la cosa cambió rápidamente y terminé vomitando casi 10 veces al día absolutamente todo lo que ingería, hasta el agua! 

Pero señoras, no piensen por favor que vomitaba y podía seguir con el resto de mi día como si nada. No piensen por favor que yo soy una exagerada y que mi vida continuaba.  No, no era así. Los vómitos y lo que venía después de ellos eran una tortura diaria. Las ojeras de oso panda las tenía hasta las comisuras de los labios, mi piel era tan amarilla como la de un asiático y mis ojos llorosos apenas tenían fuerzas para permanecer abiertos.
Después de vomitar los restos de comidas, vomitaba una sustancia amarilla y después de eso una sustancia marrón. Vomitar este líquido marrón era lo último que contenía mi alma y era solamente ahí cuando cesaban los vómitos. Y, aunque no lo crean señoras, después de que cesaban los vómitos yo aún continuaba con náuseas por el resto del día. El dolor de estómago, la resequedad de labios y la debilidad me atacaban con furia después pero felizmente se me quitaban tomándome una siesta envuelta en varias mantas.

Sí yo pretendía con mucho esfuerzo dormir a las 10 de la noche, era una certeza que me despertaría alrededor de las 2am para vomitar. Si cambiaba de posición en la cama y si por alguna razón ya no podía conciliar el sueño, era un hecho que yo terminaría vomitando también. Apenas me despertaba a las 6am o 7am, lo primero que tenía que hacer por ley era vomitar y luego de eso podía darme el lujo de tomar mi desayuno compuesto como un plátano maduro y un poco de agua. Sí, leyeron bien, ese era mi desayuno. De hecho, era también mi almuerzo y mi cena porque sólo eso toleraba mi estómago. A las dos o tres horas después de mi desayuno me hallaba nuevamente vomitando en el baño,  pero esta vez yo hacía un esfuerzo sobrehumano para retener la mayor cantidad de tiempo posible mi comida en el estómago porque, según yo, en esos valiosos minutos que me controlara de vomitar podría mi cuerpo absorber los nutrientes necesarios.
Recuerdo con tristeza que para hacer más rápido mi proceso explosivo de vómitos yo tenía mi baño súper organizado. Mi banquito que normalmente lo usaba para alcanzar los lugares más altos de mi casa, tomó su nuevo lugar al lado del inodoro para evitar que yo me arrastrara por el piso y me enfriara las piernas. Ya tenía de antemano cortados pedazos de papel higiénico para limpiarme la saliva y la sangre de mi garganta. Tenía también mis pañitos húmedos y mis toallitas íntimas diarias a la mano porque de tanto pujo se me escapaba la orina en el calzón. Mi Listerine para enjuagarme la boca, mi crema para que no se me resecaran las manos por lavármelas tantas veces al día, todo estaba religiosamente en su lugar.

Ahora mi pregunta es, ¿a ustedes esto les parece normal?
A mí no, así que después de hacerme la valiente por dos semanas seguidas empecé a quejarme muy sutilmente sobre mis síntomas con mis familiares y con mi novio. Ay, pobre mi novio y todo lo que ha tenido que aguantarme! pero bueno, eso  es algo que escribiré después con calma. Resulta que la gente, y muy desatinadamente, al escuchar mis quejas sobre mis síntomas no tuvieron mejor idea que hacerme sentir aún peor: “estás pálida, hija”, “se te ve ojerosa”, “yo pensé que las mujeres se ponían radiantes cuando estaban embarazadas”, “no te preocupes que los vómitos son normales en el embarazo”, “ya se te pasará pronto”, “yo vomitaba todas las mañanas hasta el 3er mes de embarazo, así que a ti ya te falta poco”, “tienes que aguantar por tu bebé”, “las chicas de ahora se quejan de todo”, “los vómitos son normales”, “de repente estás exagerando”, “tienes que tomar limón”, etc., etc., etc.  A nadie, absolutamente a nadie se le ocurrió decirme “vaya mierda que estás pasando, no creo que sea normal. Tienes que decirle a tu doctor por lo que estás pasando”. A nadie.

Todos me hicieron sentir que yo era débil y exagerada, así de simple. Y es precisamente en ese momento en que el chip de la maternidad me empezó a cambiar. Cambié de pensar “que el embarazo era lo mejor que le pasa a una mujer” a pensar que “el embarazo era una mierda absoluta”. Aunque yo les contara crudamente a los seres humanos de mi alrededor que la cosa parecía grave y que llevaba varias semanas comiendo solamente plátanos maduros, arroz blanco y agua; la gente solo atinaba a decirme lo mismo como discos rayados: “eso es normal y ya se te pasará”.

El único que me entendía era mi novio y llegó el punto que mis estilos comunicacionales con él evolucionaron tanto que cuando llegaba en las noches de trabajar me hacía una simple pregunta: “¿Cómo te fue hoy?”, y yo le respondía con una simple oración: “Hoy fue un mal día”. Solo bastaba con que yo respondiera eso para que él comprendiera que yo había sobrevivido todo el día solo para esperar a que él llegara para atenderme. Ya ni llorar quería porque sentía que me deshidrataba con cada lágrima que me salía.
Click aquí para leer la segunda parte.


Y si quieres seguir leyendo sobre otras cosas que nadie te dice del embarazo, dale click a cualquier enlace de abajo (agrego más enlaces cada cierto tiempo, así que atentas):

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